sábado, 4 de septiembre de 2010

HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN

HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN


Cuéntase -pero Alah es más sabio, más prudente,
más poderoso
y más benéfico- que en lo que transcurrió en la antigüedad del
tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de
Sassan, en las islas de la India y de la China. Era dueño de
ejércitos y señor de auxiliares de servidores y de un séquito
numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero
el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los
países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le
querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey
Schahriar. Su hermano, llamado Schahzaman; era el rey de
Samarcanda Al-Ajam.

Siguiendo-las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su
país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte
años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el
florecimiento.

No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes
deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que
partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y
obedezco.”

Partió, pues, y llegó felizmente par la gracia de Alah; entró en
casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey
Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su
viaje era invitarle a visitar a su hermano. El rey Schahzaman
contestó: “Escucho y obedezco.” Dispuso los preparativos de la
partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos
, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nombró a su
visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas
de su hermano.

Pero a media noche recordó una cosa que había olvidado;
volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los aposentos
de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su
ausencia. Grande fue, pues, su sorpresa al hallarla departiendo
con gran familiaridad con un negro, esclavo entre los esclavos.
Al ver tal desacato, el mundo se obscureció ante sus ojos. Y se
dijo: “Si ha sobrevenido esto cuando apenas acabo de dejar la
ciudad. ¿Cuán sería la conducta de esta esposa si me ausentase
algún tiempo para estar con mi hermano?” Desenvainó
inmediatamente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó
muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir, sin perder
una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y
viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.

Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro,
y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores
límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y
se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman
recordaba la fragilidad de su esposa, y una nube de tristeza le
velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había
debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su
alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su
país, lo dejaba estar sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo
: “Hermano, tu cuerpo enflaquece y su cara amarillea.” Y el otro
respondió: “¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga
en carne viva-!” Pero no le reveló lo que le había ocurrido con
su esposa. El rey Schahriar le dijo: “Quisiera que me
acompañase a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se
esparciera tu espíritu.” El rey Schalizaman no quiso aceptar y
su hermano se fue solo a la cacería.

Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y
habiéndose asomado a una de ellas el rey Schahzaman, vio
corno se abría una puerta secreta para dar salida a veinte
esclavas y veinte esclavos, entre los cuales, avanzaba la mujer
del rey Schahciar en todo el esplendor de su belleza, y
ocultándose para observar lo que hacían, pudo convencerse de
que la misma desgracia de que él había sido víctima, la misma
o mayor, cabía a su hermano el sultán.

Al ver aquello, pensó el hermano del rey: “¡Por Alah! Más ligera
es mi calamidad que esta otra.” Inmediatamente, dejando que
se desvaneciese su aflicción, se dijo: “¡En verdad, esto es más
enorme que cuanto me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento
volvió a comer y beber cuanto pudo.

A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión y ambos
se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar
observó que su hermano el rey Schalizaman acababa de
recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido
nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma
después de haberse alimentada parcamente en las primeros
días. Se asombró de ello, y dijo: -”Hermano, poco ha te veía
amarillo de tez v ahora has recuperado los colores. Cuéntame
qué te pasa.” El rey le dijo: “Te contaré la causa de mi anterio
r palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber
recobrado los colores.” El rey replicó: “Para entendernos, relata
primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.” Y
se explicó de este modo: “Sabrás, hermano, que cuando
enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis
preparativos de marcha, y salí de la ciudad. Pero después me
acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu
palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro
departiendo con gran familiaridad. Los maté a los dos, y vine
hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este
fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento.
En cuanto a la causa de haber recobrada mi buen color,
dispénsame de mencionarla.”

Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: “Por Alah te
conjuro a que me cuentes la causa de haber recobrado tus
colores.” Entonces el rey Schalizaman le refirió cuanto había
visto. Y el rey Schaliriar dijo: “Ante todo, es necesario que mis
ojos vean semejante cosa.” Su hermano le respondió: “Finge
que vas de caza, pera escóndete en mis aposentos, y serás
testigo del espectáculo: tus ojos lo comprobarán.”

Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la
orden de -marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera
de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y
dijo a sus jóvenes esclavos: “¡Que nadie entre!” Luego se
disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los
aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al
jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las
esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E
hicieron cuanto había contado Schahzaman.

Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó, de
su cabeza, y dijo a su hermano: “Marchemos para saber cuál es
nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común
debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que
haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la
muerte sería preferible a nuestra vida.” Su hermano le contestó
lo que era apropiado, y ambos salieron por una puerta secreta
del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por
fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera,
junto al mar salado. En aquella pradera había un manantial de
agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.

Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar
empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de
humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la
pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la cima del árbol,
que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera
ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit
de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho.
Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se
dirigió hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces
la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció en
seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura,
luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:

¡Antorcha en las tinieblas, ella aparece y es el día! ¡Ella aparece
y con su luz se iluminan las auroras!

¡Los soles irradiar con su claridad y las lunas con las sonrisas de
sus ojos! ¡Que los velos de su misterio se rasguen, e
inmediatamente las criaturas se prosternan encantadas a sus
pies!

¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las
lágrimas de pasion humedece todos los párpados!

Después que el efrit hubo contemplado a. la hermosa joven, le
dijo: “¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh tú, a quien rapté el
mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco.” Y el efrit
colocó la cabeza en las rodillas de la joven y se durmió.

Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio
ocultos en las ramas a los dos reyes. En seguida apartó de sus
rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por
señas: “Bajad, y no tengáis miedo de este efrit.” Por señas, le
respondieron: “¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan
peligroso!” Ella les dijo: “¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en
seguida si no queréis que avise al efrit; que os dará la peor
muerte.” Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella,
la joven los tomó de las manos, se internó con ellos en el
bosque y les exigió algo que no pudieron negarle. Una vez
estuvieron cumplidos sus deseos sacó del bolsillo un saquito y
del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas
con sellos, y les pregunto “¿Sabéis lo que es esto?” Ellos
contestaron: “No lo sabemos.” Entonces les explicó la joven:
“Los dueños de estos anillos hicieron lo mismo que vosotros
junto a los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me
vais a dar vuestros anillos.” Lo hicieron así, sacándoselos de los
dedos, y ella entonces les dijo: “Sabed que este efrit me robó la
noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el
arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí
donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea
alguna cosa una mujer no hay quien la venza.” Ya lo dijo el
poeta:

¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen
o mal humor depende de sus caprichos!

¡Prodigan amor falso cuando la perfidia-las llena y forma como
la trama de sus vestidos!

¡Recuerda respetuosamente las palabras de Yusuf! ¡Y no olvides
que Eblis hizo que expulsaran a Adán por causa de la mujer!

¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas
más segura, sucederá al amor puro una pasión loca!

Y no digas: “¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los
enamorados!” ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un prodigio
único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las
mujeres!

Los dos hermanos; al oír estas palabras, se maravillaron hasta
mas no poder, y se dijeron uno a otro: “Si éste es un efrit, y a
pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a
nosotros, esta aventura debe consolarnos.” Inmediatamente se
despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.

En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar
a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después
persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fidelidad
pudiese estar seguro, resolvió desposarse cada noche con una y
hacerla degollar apenas alborease el día, siguiente. Así estuvo
haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de
horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban.

En esta situación, el rey mandó al visir que, como de costumbre,
le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo
encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma
transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos
hijas de gran hermosura-, que poseían todos los encantos,
todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La
mayor se llamaba Schathrazada, y el nombre de la menor era
Doniazada.

La mayor; Schaltrazada, había leído los libros, los anales, las
leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos
pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas
referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la
antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente v daba gusto
oírla.

Al ver a su padre, le habló así: “Por qué te veo tan cambiado,
soportando un peso abrumador de pesadumbres y
aflicciones?... Sabe, padre, que el poeta dice: “¡Oh tú, que te
apenas, consuélate! Nada es duradero, toda alegría se
desvanece y todo pesar se olvida.”

Cuando oyó estas palabras el visir; contó a su hija cuanto había
ocurrido desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces
le dijo Schahrazada: “Por Alah, padre, cásame con el rey,
porque si no me mata seré la causa del rescate de las hijas de
los musulmanes y podré salvarlas de entre las manos del rey.”
Entonces el visir contestó: “¡Por Alah sobre ti! No te expongas
nunca a tal peligro.” Pero Schahrazada repuso: “Es
imprescindible que así lo haga.” Entonces le dijo su padre:
“Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el
labrador. Escucha su historia:
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