¡Oh!, madre,
¿por qué me has desamparado?
Clamé en la noche por el nuevo día, por beber de tus pechos la
ambrosía de tu amor, presentido y esperado.
Sentí el mortal puñal en mi costado, taladró el corazón la mano
fría, aplastaron mis huesos, mi alegría, como un despojo,
madre, me han dejado. Derramaron mi sangre sin piedad.
Una hambrienta jauría de mastines, ansiosa de dinero y de
festines, descuartizaron vida en libertad. ¡Que indiferencia!
¡Cuánta atrocidad!.
Yo soy un ser creado en tus confines por un Dios, para
acometer los fines dispuestos por sagrada voluntad.
Me han arrojado, madre, a la escombrera, soy del mundo uno
más en la basura que acumula el pecado, es la locura, y tú me
has abatido, ¡qué ceguera!. Adiós, madre, me alejo de tu vera,
de tus brazos colmados de ternura, me uniré con el Padre de la
Altura y rezaré por ti en mi dulce espera.
- II -
¡Oh!, hijo mío, yo nunca te he olvidado, tu grito permanece en
mis entrañas como un eco de luz. Llegaste en mal momento,
cuando rondaba el sanguinario lobo y el mundo lo admitía.
Quería y no quería acogerte en mis brazos, vacíos y anhelantes.
Luchaban en mi pecho halcones y palomas sobre el nido
desierto. Circunstancias humanas, presión social, temor,
trabajo, desamparo, soledad, fueron tus asesinos.
Y yo también te di mi puñalada, la mancha de tu sangre está en
mis manos aún caliente y espesa. Recuerdo el mal momento,
deseaba saber si tú eras niño o niña, me ahogaba la ansiedad de
ciego olvido del vientre acuchillado en cobardía. Y aún te
evoco, hijo mío, y me pregunto: ¿cuántos años hubieras
granado para el fruto si en mi pecho encontraras protección?,
¿en qué te ocuparías?
¿cómo serías hoy?,
¿mi corona de espinas
o mi flor?. ¡Oh!, hijo mío, te pido perdón por tu dolor y mi
pecado.
- III -
- III -
¡Oh! mundo, ¿por qué me has abandonado?. Soy tu Dios
creador, tu Padre eterno, que sufrí por salvarte del infierno y
fui, por tu ambición, crucificado. Confeccionas un ídolo dorado,
te ciegas con fulgor de lo moderno, te envuelves con las nubes
del invierno y asesinas el fruto fecundado.
Algún día la cima alcanzarás, el lugar de la luz en la alborada, y
escucharás la voz: ¡No matarás!. Triunfaré en la batalla a
Satanás, te guiaré por la oscura encrucijada y en mi morada,
¡oh! mundo, habitarás.
- IV -
Perdóname, Señor, yo no sabía que en mi interior habías
santificado al hijo, al nuevo ser que en mí crecía. Le tejiste en
mi seno, le has formado, desde la eternidad le conocías y yo
rompí un designio tan sagrado.
Fui arrastrada por nuevas
herejías y no quise aceptar el sacrificio cegada por humanas
cobardías. ¡Evocar es desgarrador cilicio!. Sólo Tú eres el Dios
de muerte y vida, tu Espíritu habitaba en su edificio.
Para su alumbramiento fui elegida, por generoso amor en mí
sembraste la divina semilla concebida. ¡Indúltame, Señor!. Tú
condenaste sacrificar al vástago inocente.
Quizá por mi dolor
me perdonaste. Yo derramé su sangre, soy consciente de que
dice tu ley "No matarás". Tu veredicto es merecidamente.
Ahora sé que cuidándonos estás y respetas la libertad humana.
Cometí un triste error.
¿Te apiadarás?
Siento a mi hijo en la noche, en la mañana, en ráfagas dolientes
del recuerdo, y me arrepiento, ¡oh, Dios!, pues fui inhumana.
Si me condenas, Padre, estoy de acuerdo.
- V -
Yo soy tu único Dios, el Señor de la muerte y de la vida. ¿Quién
eres tú para adueñarte de lo que yo formé en tu seno? Yo había
consagrado el fruto vivo de tu vientre. Un porvenir que tú
tronchaste en lozanía antes de amanecer en su trayecto. Tu
pecado acrecienta tu delito, infanticidio injusto, crimen
abominable. ¡No matarás!, te dije un día. Era un ser indefenso
creciendo en el calor de tus entrañas, latiendo para amarte.
Hoy sientes un vacío y un dolor que asciende hasta la cumbre
de tu sediento corazón herido.
Jamás lo olvidarás, ¡jamás!, tu pensamiento será tu carcelero,
te mostrará tu culpa y tu tristeza, no podrás evadirte. Mas, por
mi redención y tu esencial clamor atormentado, serás
justificada.
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