sábado, 1 de septiembre de 2012

__P O E M A __




El bosque de la hormiga

I (Regreso de Lisboa)


Izela en breve desembarcará

proveniente de Lisboa.

Querrá contarme de la juntura de las aguas,

los remolinos del Tajo,

los colores del herrumbre lusitano

en barcos y ventanas,

la suavidad del idioma en el paladar.


¿Esperabas, madre, que el conejillo de Indias,
 
tu primogénita, heredera de mestiza sangre,

cómplice de la bitácora
, 
recibiera a su hermana cuando 

ya no aguardas su regreso?


Y pensar que de niñas nos llevaste

de la mano de un aeropuerto a otro, 

conocimos la indiferencia 

de tantas salas de espera

y, perplejas, escuchamos la soltura

con la que te dirigías en lenguas extrañas.


Ahora, en la interferencia 

de sentimientos y palabras,

entre globos y ramos de flores,

ensayos de bienvenida,

letreros con nombres y cofradías,

intento no delatar mi orfandad,

rabia contenida, 

en esta soledad habitada por ajenos.


¿Cómo explicar que la eternidad

se quebró la tarde de un lunes?


Ahora sólo eres viento.



'Hermana, amiga mía, 

la saudade se encuentra en otra penín

sula

distante de la fantasía de los fardos
'.



II (Informe del patólogo)



Antes de tomar el bisturí
,
antes de hacer el corte preciso

para diseccionar el corazón


-a sabiendas que la dulzura

envenenó tu sangre,

lentamente calcinó los huesos

y cegó de la vista las virtudes-,


el médico reconoce en los surcos del rostro

la madurez de la resolana en mayo,

y en las comisuras de los labios

la blasfemia sabia de la locura.



III (Letanía)


Señora de las perlas,

bailadora de pasodoble,

reina de las primaveras de invierno.

Háblame, cosmopolita, valquiria.

Que jamás los guantes de raso

pierdan la forma de tus dedos;

con la orla de tus vestidos de seda,

acaricia el despunte de mis sueños
.
Alquimista de la sal y las especias,

anfitriona de justos y pecadores
,
conversadora imprudente y diplomática
,
con tu rosario de cristal vela mi insomnio.

Temple de Lexotan, Dama del Prozac, 


fiel seguidora de pastas por colores
 
en cajita de plata, por favor, escúchame.


IV (El que se fue a la villa, perdió su silla) 



Los convocados a la mesa

ya no podremos lavarnos las manos:

lo que fuiste, lo que eres,

tus cenizas entre los puños.



Mis hermanas dicen 

que hurgas su aliento cada

 noche,

transgredes el reflejo, mueves

la roca que separa la memoria.


Benditas, iluminadas

en la travesía del adiós,


hallan en la ausencia

las rutas de tu geografía.



Pero la mesa está servida:

hay que retirar una silla, tan sólo. 


V (Sábado de Carnaval)



Te veo cortando rosas

en medio del incendio,

ofrecer los tallos sin espina

en las fiestas de la carne.

El malecón se enciende


en una diáspora de lentejuelas

y la tarde consume el barullo.

Te escucho tocar la cornamusa.

¿Eres la niña en el balcón cercada

por la fragilidad de las burbujas?

¿Eres la castálida anunciando 

la abstención de la cuaresma?




Cómo devolverte, muchacha,
 
si la córnea no adivina el instan
te

cuando el mar se evapora, sin vaciarse.


VI (Ne me quitte pas)


He visto en el orgullo de la estirpe

todas tus edades. 


Y me encuentro hablándole a mi padre 

de las bondades de respirar,

lo reto a tomar el paisaje con el puño,

a echarle el ojo a las muchachas

que se pasean -como tú lo hiciste 

alguna vez- en esos parques.


Estás muerta, bien muerta,

nos aseguramos de convertirte en polvo,

te devolvimos a la humedad de la tierra.

Voy a morderme la lengua, 

sin zaherir ni ofrecer pena con palabra ociosa.

¿Cuánta silencio se necesita encima

para no dar pie a la tristeza, cuántas

paladas aguantarás para acallarte?


____________-

Enzia Verduchi




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