EL CIGARRILLO
En un lugar común
encendí un cigarrillo,
dijeron que fumar
estaba allí prohibido,
que infectaba el ambiente,
cometía un delito
contra la humanidad.
¡Me juzgaron! Proscrito
me hicieron exiliarme,
cual si fuera un bandido.
Clientes y empleados
se enfrentaron conmigo,
me echaron, no encajaba
en el nuevo arquetipo.
Fumo desde muy joven
y aún permanezco vivo.
Es cuestión de medida
que sea o no nocivo.
Pero siempre es mejor
evitar el peligro.
Me acordé, en ese instante,
del cruento martirio
que infringen a cristianos
por ser fieles a Cristo,
por dar la Buena Nueva
al hermano perdido,
y sufren por su fe
su humano sacrificio,
por enseñar al mundo
el mensaje divino
que redime las almas
del mortal maleficio.
Alejan de la tierra
el feudo demoníaco,
restauran en los hombre
soberano albedrío.
Les persiguen y matan
por su credo bravío.
¡Y nadie les condena!
¿por qué será, Dios mío?
Me acordé, en ese instante,
de niños no nacidos,
víctimas del aborto,
por humano egoísmo.
De las malignas clínicas
que buscan beneficios
asesinando vidas
sin escuchar su grito.
De las madres que matan
en su vientre a su hijo,
por vivir libremente,
no sufrir su dominio,
y en el caso de dar
vida al recién nacido,
existen guarderías
que cuidarán del niño,
pero el calor de madre
nunca será suplido.
¡Y nadie les condena!
¿por qué será, Dios mío?
Me acordé, en ese instante,
de ancianos desvalidos,
olvidados y solos,
que viven recluidos
en frías residencias,
muy tristes y afligidos
sufren la soledad,
la orfandad de los hijos.
Cuando ya no interesan,
o no dan beneficio,
o en sus testamentos
dejan un buen pellizco.
procede la eutanasia,
no vivan doloridos,
olvidan que actualmente
hay buenos paliativos.
Son vínculos pesados
es mejor suprimirlos.
¡Y nadie les condena!
¿por qué será, Dios mío?
Me acordé, en ese instante,
de todos los políticos
que no toman medidas
contra estos desvaríos,
que llevan a los pueblos
a la ruina, al suicidio.
Si la moral se olvida,
se cae al negro abismo
del mal, que priva al alma
de su pan y su vino.
Surge la corrupción,
el humano egoísmo,
que fue causa primera
del funesto destino:
la muerte de la carne,
celestial veredicto
por el primer pecado
con un final fatídico.
¡Y nadie les condena!
¿por qué será, Dios mío?
Me acordé, en ese instante,
del enorme peligro
que suponen los medios
con crueles artificios
que invitan a atacar
la fe en Jesucristo.
Esgrimen argumentos
obsoletos, marchitos,
para sembrar el odio
a todo lo divino.
Hablan de libertad
y consiguen adictos
al placer y al dinero,
fomentan libertinos
que se creen son libres
cuando están sometidos
a las bajas pasiones,
sin luz y sin resquicio.
¡Y nadie les condena!
¿por qué será, Dios mío?
Hoy quitan del entorno
el santo crucifijo,
imagen del perdón,
de amor al enemigo.
Quieren cerrar iglesias,
lugares distintivos
de la fe de los pueblos,
que contienen los símbolos
sagrados y reliquias
de los santos que han sido.
Prohíben la enseñanza
de divinos principios.
La religión cristiana
es su gran enemigo:
enseña la bondad,
alaba el sacrificio
por amor al hermano
doliente y afligido.
¡Y nadie les condena!
¿por qué será, Dios mío?
En medio de este drama
siento un enorme alivio,
al ver a muchos jóvenes,
a mayores y a niños,
que practican su fe
y siguen el camino
que es Jesús en la tierra
para los peregrinos
y llegar al final
libres y redimidos.
Valientes misioneros
sufren cruel martirio.
Son personas que entregan
todo su gran cariño
a dolientes ancianos,
a abandonados niños,
a jóvenes sin rumbo,
a pobres y a excluidos.
¿Por qué, si son valiosos,
son reos perseguidos?
Deseo que este mundo
no sea demoníaco,
que sea el fiel reflejo
del primer paraíso,
en el que los cristianos
no sean perseguidos,
que los niños no crezcan
solos, tristes, sombríos,
en el que los ancianos
vivan bien acogidos,
que sean servidores
del pueblo los políticos,
la presión de los medios
no cause genocidios,
que jamás se erradiquen
los santos crucifijos,
muestras de amor y paz
en celestial camino,
¡Lo suplico con fe
a ti, Señor, Dios mío!
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