miércoles 15 Agosto 2012
San Tarsicio Mátir Eucaristía
San Tarsicio
Valeriano
era un emperador duro y sanguinario. Se había convencido de que los cristianos
eran los enemigos del Imperio y había que acabar con ellos.
Los
cristianos para poder celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse en
las catacumbas o cementerios romanos. Era frecuente la trágica escena de que
mientras estaban celebrando los cultos llegaban los soldados, los cogían de
improviso, y, allí mismo, sin más juicios, los decapitaban o les infligían
otros martirios.
Todos
confesaban la fe en nuestro Señor Jesucristo. El pequeño Tarsicio había
presenciado la ejecución del mismo Papa mientras celebraba la Eucaristía en una
de estas catacumbas.
La imagen
macabra quedó grabada fuertemente en su alma de niño y se decidió a seguir la
suerte de los mayores cuando le tocase la hora, que "ojalá —decía él—
fuera ahora mismo".
Un día
estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa
Sixto recuerda a los otros encarcelados que no tienen sacerdote y que por lo
mismo no pueden fortalecer su espíritu para la lucha que se avecina, si no
reciben el Cuerpo del Señor. Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca
para llevarles el Cuerpo del Señor?
Son montones
las manos que se levantan de ancianos venerables, jóvenes fornidos y también
manitas de niños angelicales. Todos están dispuestos a morir por Jesucristo y
por sus hermanos.
Uno de estos
tiernos niños es Tarsicio. Ante tanta inocencia y ternura exclama, lleno de
emoción, el anciano Sixto: "¿Tú también, hijo mío?" —"¿Y por qué
no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años".
Ante tan
intrépida fe, el anciano Obispo toma con mano temblorosa las Sagradas Formas y
en un relicario las coloca con gran devoción a la vez que las entrega al
pequeño Tarsicio, de apenas once años, con esta recomendación: "Cuídalas
bien, hijo mío". —"Descuide, Padre, que antes pasarán por mi cadáver
que nadie ose tocarlas".
Los paganos
le encontraron cuando transportaba el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo
y le preguntaron que llevaba. Tarsicio se negó a responder; pero ellos
sospechando que llevaba algún odiado “misterio” de los cristianos, le
apedrearon y apalearon hasta que exhaló el último suspiro, pero no pudieron
encontrar el sacramento de Cristo ni en sus manos, ni en sus vestidos.
Pasó
Tarsicio a la casa del Padre celestial en el año 258. Los cristianos católicos
recogieron el cuerpo del niño mártir y le dieron honrosa sepultura en el cementerio
de San Calixto.
En un poema,
el Papa san Dámaso (siglo IV) cuenta que Tarsicio prefirió una muerte violenta
en manos de una turba, antes que "entregar el Cuerpo del Señor". Lo
compara con san Esteban, que murió apedreado por su testimonio de Cristo.
San Tarsicio
es patrono de los jóvenes adoradores y de los acólitos o monaguillos que ayudan
a los presbíteros en el Altar.
Oremos
San
Tarsicio, mártir de la Eucaristía, pídele a Dios que todos y en todas partes
demostremos un inmenso amor y un infinito respeto al Santísimo Sacramento donde
está nuestro amigo Jesús, con Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad.
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