sábado, 28 de agosto de 2010

POEMAS

La antigualla de Sevilla



Al Excmo. Sr. D. Mauel Cepero.Romance primero
EL CANDIL
Más ha de quinientos años,
en una torcida calle,que,
de Sevilla en el centro,
da paso a otras principales,
cerca de la media noche,
cuando la ciudad más grandees 
de un grande cementerioen silencio
y paz imagen,de dos desnudas
espadasque trababan 
un combate,
turbó el repentino encuentrolas 

tinieblas impalpables.
El crujir de los acerossonó por breves instantes,
lanzando azules centellas,meteoro de desastres.
Y al gemido :
“¡ Dios me valga!””¡Muerto soy!” 
y al golpe gravede un cuerpo que a tierra, 
vino,el silencio y paz renacen.
Al punto una ventanillade 

un pobre casuco abren,
y de tendones
y huesos,sin jugo,
como sin carne,
una mano y brazo asoman,
que sostienen por el aireun candil, 
cuyas destellosdan luz súbita a la calle.
En pos un rostro aparecede

 gomia o bruja espantable,
a que otra marchita manoo cubre 
o da sombra en parte.
Ser dijérase la muerteque salía a
apoderarsede aquella víctima 
humanaque acababan de inmolarle,o de la,
eterna justicia,
de cuyas miradas nadieconsigue 

ocultar un crimen,
el testigo formidable,
pues a la llama mezquina,
con el ambiente ondeante,
que dando luz roja al murodibujaba 
desigualeslos tejados 
y azoteassobre el obscuro celaje,
dando fantásticas formasa esquinas
y bocacalles,se vio en medio del arroyo,
cubierto de lodo y sangre,
el negro bulto tendidode un traspasado cadáver.
Y de pie a su frente un hombre,
vestido negro ropaje,con una espada en la mano,
roja hasta los gavilanes.
El cual en el mismo punto,
sorprendido de encontrarsebañada de luz, 
escondela faz en su embozo,
y parte,aunque no como el 
culpadoque se fuga por salvarse,s
ino como el que inocentemueve 
tranquilo el pie y grave.Al andar,
sus choquezuelasformaban ruido notable,
como el que forman los dadosal confundirse 
y mezclarse.Rumor de poca
importanciaen la escena lamentable,
mas de tan mágico efecto,
y de un influjo tan grandeen la vieja, 
que asomabael rostro 
y luz a la calle,que,
cual si oyera el silbidode venenosa ceraste,
o crujir las negras alasdel precipitado arcángel,
grita en espantoso aullido,
”¡Virgen de los Reyes, valme!
”Suelta el candil, 
que en las piedrasse apaga
y aceite esparce,
y cerrando la ventanade un golpe,
que la deshace,bajo su mísero 
lechocorre a tientas a ocultarse,t
an acongojada y yerta,
que apenas sus pulsos laten,
por sorda y ciega haber sidoaquellos 

breves instantes,
la mitad diera gustosade sus días miserables,
y hubiera dado los díasde amor 
y dulces afanesde su juventud, 
y dadolas caricias de sus padres,
Los encantos de la cuna,y...
en fin, hasta lo que nadieenajena, 
la esperanza,bien solo de los mortales:
Pues lo que ha visto la abruma,
Y la. aterra lo que sabe,
Que hay vistas que son peligros
Y aciertos que muerte valen.
Romance segundo
EL JUEZLas cuatro esferas doradas,
que ensartadas en un perno,
obra colosal de moroscon resaltos 
y letreros,
de la torre de Sevillaeran remate soberbio,
do el gallardo Giraldillo
hoy marea el mudable viento
(esferas que pocos añosdespués derrumbó 

en el sueloun terremoto)
brillabandel sol matutino al fuego,
cuando en una sala estrechadel antiguo Alcázar regio,
que entonces reedificabantal cual hoy mismo lo vemos,
en un sillón de respaldosentado está 
el Rey Don Pedro,joven de gallardo talle,
mas de semblante severo.
A reverente distancia,
una rodilla en el suelo,
vestido de negra toga,blanca barba, 
albo cabello,y con la vara de Alcalderendida.
al poder supremo,
Martín Fernández Cerónera emblema del respeto.
Y estas palabras de entrambosrecogió 
el dorado techo,
y la tradición guardólaspara que hoy suenen de nuevo:
R.– ¿Conque en medio de Sevillaamaneció 

un hombre muerto,
y no venís a decirmeque está ya el matador preso?A.–
Señor, desde antes del alba,
en que el cadáver sangrientorecogí, 
varias pesquisasinútilmente se han hecho.
R.– Más pronta justicia, 
alcalde,ha de haber donde yo reino,
y a sus vigilantes ojosnada ha de estar encubierto,
A.– Tal vez, señor, 
los judíos,
tal vez los moros, 
sospecho...
R – ¿Y os vais tras de las sospechascuando

 hay un testigo,
y bueno?"
¿No me habéis, Alcalde,
dicho,que un candil se halló en el suelocerca

 del cadáver?...

 Basta,que el candil os diga el reo.
”A.– Un candil no tiene lengua.
R,– Pero tiénela su dueño.
y a moverla se le obligacon 
las cuerdas del tormento.
"Y ¡vive Dios! que esta nocheha
de estar en aquel puestoo vuestra cabeza,, 
Alcalde,o la cabeza del reo.
El Rey, temblando de ira,
del sillón se alzó de presto,
y el juez alzóse de tierratemblando 

también de miedo.
Y haciendo una reverencia,
y otra después, 
y otra luego,salióse a ahorcar a Sevilla,
para salvarse, 
resuelto.Síguele el Rey con los ojos,
que estuvieran en su puestode
un basilisco en la frente,
según eran de siniestros;
y de satánica risa,dando la expresión al gesto,
salió detrás del Alcaldea pasos largos y lentos.
Por el corredor estuvoen las alcándaras, 
viendoazores 
y jerifaltes,y dándoles agua 
y cebo.
Y con uno sobre el puñosalió a 
dirigir él mesmolas obras de aquel palacio,
en que muestra gran empeño.
Y vio poner las portadasde cincelados

 maderos,
y él mismo dictó las letrasque 
aun hoy notamos en ellos.
Después habló largo rato,
a solas y con secreto,a un su privado, 
Juan Diente,
diestrísimo ballestero,señalándole un retrato,
busto de piedra mal hecho,que 
con corta semejanzalabró un peregrino griego.
Fue a Triana, 
vió las navesy marítimos aprestos;
de Santa Ana entró en la iglesiay
oró brevísimo tiempo;
comió en la Torre de1 Oro,
a las tablas jugó luegocon Martín 

Gil de Alburquerque;
a caballo dio un paseo.
Y cuando el sol descendía,
dejando esmaltado el cielode rosa, 
morado y oro,con nubes de grana 
y fuego,tornó al Alcázar, 
vistiósesayo pardo, 
manto negro,tomó un birrete sin plumasy 
un estoque de Toledo,
y bajando a 1os jardinespor un postigo secreto,
do Juan Diente le esperabaentre murtas encubierto,
salió solo, 
y esto dijocon recato al ballestero:
"Antes de la media nochetodo esté cual 

dicho tengo.
"Cerró el postigo por fuera,
y en el laberinto ciegode las calles de
Sevilladesapareció entre el pueblo.
Romance terceroLA CABEZA
Al tiempo que en el ocasosu 

eterna llama sepultael sol, 
y tierras y cieloscon negras sombras se enlutan.
De la cárcel de Sevilla,
en una bóveda obscura,que una lámpara de

 cobremás bien asombra que alumbra,
pasaba una extraña escena,
de aquellas que nos angustiansi en horrenda 

pesadillael sueño nos la dibuja.
Pues no semejaba cosade este mundo,
aunque se usanen él cosas harto horrendas,
de que he presenciado muchas,

sino cosa del infierno,
funesta y maligna juntade espectros 
y de vampiros,
festín horrible de furias.
En un sillón, 
sobre gradas,
se ve en negras vestidurasal 

buen Alcalde Cerón,
ceño grave, faz adusta.A su lado, 
en un bufeteque más parece una tumba,
prepara un viejo Notariosus pergaminos 
y plumas.
Y de aquella estancia en medio,
de tablas con sangre sucias,se ve un lecho,
y sus cortinasson cuerdas, garfios,
garruchas.
En torno de él dos verdugosde 

imbécil facha y robusta,
de un saco de cuero 
aprestanhierros de infaustas figuras.
Sepulcral silencio reina,pues solamente
se escuchael chispeo de la llama
En la lámpara que ahumala bóveda,
y de los hierrosque los verdugos rebuscan,
el metálico sonidocon que se apartan
y juntan.
Pronto del severo Alcaldela voz sepulcral retumbadiciendo : 
"Venga el testigoque ha de sufrir la tortura.
"Se abrió al instante una puerta,
por la que sale confusaalgazara,
ayes profundosy gemidos que espeluznan.
Y luego entre los sayones,
esbirros
y vil gentuza,de ademanes descompuestos
y de feroz catadura,
una vieja miserable,
de ropa y carne desnuda,
como un cuerpo que las hienassacan de la 
sepultura,pues sólo se ve que viveporque
flacamente luchacon desmayados esfuerzos,
porque gime y porque suda.
Arrástranla los sayones;la confortan
y la ayudandos religiosos franciscos,
caladas sendas capuchas,y la algazara
y estruendo,con que satánica turballeva
un precito a las llamas,
por la bóveda retumba.
Un negro bulto en silenciotambién entra
en la confusaescena,
y sin ser notadotras de un pi1arón se oculta.
"Ven”, grita un tosco verdugocon una risada aguda
”ven a casarte conmigo,
hecha está 1a cama, bruja.
"Otro, asiéndole los brazoscon una
mano más duraque unas tenazas,
le dice:"No volarás hoy a obscuras.
"Y otro, atándole las piernas:
"¿Y el bote con que te untas…?
Sobre la escoba a caballono has de
 hacer más de las tuyas.
"Estos chistes semejabanlos
aullidos con que aguzanla hambre los lobos,
al gritode los cuervos que barruntanlos
ya corrompidos restosde una víctima insepulta;
la mofa con que los cafresa su prisionero insultan.
Tienden en el triste lecho,ya casi casi
 difuntaa la infelice;
la enlazancon ásperas ligaduras,
y de hierro un aparatoa su diestra mano ajustan,
que al imp
ulso más pequeñomartirio espantoso anuncia.
Dice un sayón al alcalde:
"Ya está en jaula la lechuza,
y si aun a cantar se niega,
yo haré que cante o que cruja.
”Silencio el Alcalde impone;
quédase todo en profundaquietud,
y sólo gemidoscasi apagados se escuehan.”
Mujer”, prorrumpe Cerón,”
mujer, si vivir procuras,declárame cuanto viste,
y te dará Dios ayuda.
””Nada vi, nada”, respondela infeliz:
“por Santa Justajuro que estaba,
durmiendo;no vi ni oí cosa alguna.
”Replicó el juez:
"Desdichada,piensa, piensa lo que juras",
y tomando de las manosdel
 notario que le ayudaun candil,
"Mira”, prosigue,”
esta prenda que te acusa.
Di quién la tiró a la calle
,pues confesaste ser tuya.
"La mísera se estremece,
trémula toda y convulsa,y 
respondió desmayada
:"El demonio fué, sin duda.
"Y tras de una, breve pausa :
"Soy ciega, soy sorda,
y muda.Matadme,
pues 1o repito:ni vi ni oí cosa alguna.
"El juez, entonces de mármol,
con la vara al lecho apunta,
ase una cuerda el verdugo,
rechina allá una garrucha:
la mano de la infelicese disloca
y descoyunta,
y al chasquido de los huesosun 
alarido se junta.
"¡Piedad, que voy a decirlo!
"grita con voz moribundala víctima,
y al momentosuspéndese la tortura."
Declara", el juez dice ;
y ella,Cobrando un vigor que 
asusta,Prorrumpe:
"El Rey fue...", y su lenguaen 
la garganta se anuda.Juez,
escribano, verdugos,todos con la faz difunta,
oyen tal nombre temblando,
y queda la estancia muda.En esto,
el desconocido,que,
tras el pilar se oculta,
hacia el potro del tormentoel firme 
paso apresura,
haciendo sus choquezuelas,canillas
y coyunturas,el ruido que los dadoscuando
se chocan y juntan.
Rumor que al punto conocela infeliz,
y se espeluzna,y repite :
"El Rey; sus huesosasí sonaron,
no hay duda
."Al punto se desemboza
y la faz descubre adusta,
y los ojos como brasasaquel personaje,
a cuyapresencia, hincan la rodillacuantos la bóveda 
ocupan,pues al Rey Don Pedro todosconocen, y
se atribulan.
Este saca de su senouna bolsa,
do relumbrancien monedas de oro,
y dice:
"Toma y socórrete,
bruja.
"Has dicho verdad,
y sabeque el que a la justicia
ocultala verdad es reo de muertey
cómplice de la culpa.
"Pero, pues tú la dijiste,ve en paz ;
el cielo te escuda.yo soy, sí,
quien mató al hombre,mas
Dios sólo a mí me juzga."
Pero por que satisfechaquede la justicia,
augusta,ya la cabeza del reoallí
escarmientos pronuncia
Y era así;
ya colocadaestaba la imagen
suyaen la esquina do la muertedió
a un hombre su espada aguda.
”Del Candilejo”
la calledesde entonces se intuía,
y el busto del rey Don Pedroaun allí está y nos asusta.
//

POEMA

Con once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballero sin alientoy perdida la batalla,
manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Ontígola vencidoy deshecha mi esperanza,
casi en brazos de la muerteel laso potro aguijabasobre
cadáveres yertosy armaduras destrozadas.
Y por una oculta sendaque el Cielo me depara,
entre sustos y congojasllegar logré a Villacañas.
La hermosísima Filena,
de mi desastre apiadada,me ofreció su hogar,
su lechoy consuelo a mis desgracias.
Registróme las heridas,
y con manos delicadasme limpió el polvo
y la sangreque en negro raudal manaban.
Curábame las heridas,
y mayores me las daba;
curábame el cuerpo,
me las causaba en el alma.
Yo,
no pudiendo sufrirel fuego en que me abrazaba,díjele;
"Hermosa Filena,basta de curarme,
basta."Más crueles son tus ojosque las polonesas lanzas:
ellas hirieron mi cuerpoy ellos el alma me abrasan.
"Tuve contra Marte alientoen las sangrientas batallas,
y contra el rapaz
Cupidoel aliento ahora me falta.
"Deja esa cura, Filena;déjala, que más me agrabas;
deja la cura del cuerpo,atiende a curarme el alma

sábado, 14 de agosto de 2010